Leonor Watling tiene algo magnético. Una vez que la miras, no puedes dejar de mirarla. Eso debió de ocurrirles a Pedro Almodóvar, Isabel Coixet y Bigas Luna, de los que la actriz y cantante se convirtió en musa. Ya en las distancias cortas, Leonor también tiene una personalidad arrolladora, que se mueve entre la serenidad y la espontaneidad. Lo comprobamos mientras nos habla de su regreso al cine de terror, con la película Anatema, dirigida por Jimina Sabadú y producida por Alex de la Iglesia. Y en esa misma conversación, nos desvela que estuvo a punto de convertirse en ‘chica Bond’. Pero Leonor no es solo cine. También es cantante y referente de estilo, entre otras más cosas. Porque, a meses de cumplir los cincuenta, Leonor no pasa de moda. “Me encantan los trajes de chaqueta de corte masculino. Está muy bien que vuelvan a llevarse, porque es fácil encontrarlos ahora”, nos cuenta antes de explicar que se encuentra en su época preferida del año. “Me encanta el otoño. Al igual que la primavera. Me gustan mucho las estaciones de paso. Pero soy superfriolera y el invierno no me gusta nada. Es una pena, porque estéticamente es muy bonito”.
—Nueva película, nueva serie y nuevo disco. Un otoño redondo para ti.
—Acabo de grabar un disco con Leo Sidram, que saldrá en primavera. También acabamos de presentar la serie La vida breve —se estrena a principios de 2025—. Es una comedia de época maravillosa, sobre el breve reinado de Luis I, de solo 229 días. Su padre, Felipe V, fue el primer Rey que abdicó en vida. Isabel de Farnesio, con la que estaba casada Felipe V y que es mi personaje, estaba indignadísima. Pero, a los cinco meses, murió Luis I y volvió a reinar Felipe V. La Farnesio era un personajazo.
—Vamos, que estás encantada.
—Mucho. Además, la serie, que es de Adolfo Valor y Cristóbal Garrido, tiene unos guiones alucinantes y una dirección de arte y una fotografía muy cuidadas.
—De una serie de época a una película de terror, que es el proyecto que acabas de estrenar.
—Sí, Anatema, producida por Álex de la Iglesia y dirigida por Jimina Sabadú, Es una película muy de género, de pasarlo muy mal (ríe).
—Y eso que eres muy asustadiza.
—Sí, sí. Jimina sabe muchísimo de ‘pelis’ de terror. Es un género con unos códigos muy claros y muy respetados por sus «fans». Ya hice una con Jaume Balagueró y otra con Álex de la Iglesia. Entonces, ya les decía que haría la peli, pero no sé si la podría ver. Es que me dan miedo de verdad. Anatema es de terror, terror.
Cómo deja de ser ella por un rato
—¿Qué te dan la interpretación y la música?
—En la interpretación, es precioso el trabajo en equipo. Aparte, hacer un personaje que ha escrito otra persona y que te hace meterse en su cabeza. Dejas jugar y de ser tú por un rato, que es maravilloso y muy descansado.
—¿Y la música?
—Es una cosa muy orgánica. Es algo que te pasa a través del cuerpo y te cura.
—¿Qué querías ser de pequeña?
—Todo. Arquitecta, abogada… Me fascinaba todo. Además, todo de mentira, porque no quería estudiar cinco años de carrera (echa una carcajada). Por eso, acabé siendo actriz.
—También querías ser bailarina.
—Hice ballet muchos años. Me he encontrado que también lo han hecho un montón de compañeros de teatro. Es una manera muy común de empezar así, porque, si tienes cierta inquietud artística, en España siempre hay una escuela de baile cerca de casa.
—Pero una lesión de rodilla truncó tu carrera de bailarina.
—Por eso empecé con clases de teatro, con 15 o 16. Encontré un cartel que ponía ‘Pablo Pundik. Taller de improvisación teatral’ y dije: ‘Vamos a probar’. Luego, me gustaba mucho ver cine. Quería vivir dentro de una película, no hacerlas (ríe).
Su primer golpe como actriz
—Con 17, saliste en Farmacia de guardia.
—Antes rodé Jardines colgantes, con Pablo Llorca. Tenía dieciséis y no entendía nada. Desde fuera, el cine es muy absurdo: repites escenas, no te mueves para no irte de foco… Después, llegó Farmacia de guardia.
—La serie era un fenómeno televisivo. ¿Te empezaron a reconocer por la calle?
—Era algo brutal, pero no. Solo era la que había salido en Farmacia de guardia en clase. Con Querido maestro, empecé a notar que me reconocían. Con Antonio Mercero también hice La hora de los valientes, que es una peli preciosa y por la que me nominaron a un Goya. Ahí, que tenía 23, pensé: ‘Ostras, ya puedo decir que soy actriz’ (ríe). Pero, luego, me pasé un año sin trabajar. Ese fue mi primer golpe en esta profesión, que es muy difícil. Incluso cuando te va muy bien, vienen rachas sin trabajo.
—Eso afectará a la autoestima.
—Es el festival de la neurosis. A principios, te lo tomas bien. Respiras y haces unos cursos. Pero cuando pasan dos meses, te preguntas si eres muy mala actriz o si no lo haces bien.
—Antes de los 30, ya habías trabajado con Almodóvar, Bigas Luna, Isabel Coixet, Álex de la Iglesia… ¿Cómo recuerdas esa época?
—De eso me doy cuenta ahora, cuando veo las revistas y pienso ‘¡ostras, qué fuerte!’. Pero, entonces, no era tan consciente.
—¿Cómo lidias el ego en esos momentos?
—Ahí tienes un sartenazo… Pero es natural. Tienes que pasar por ese momento.
—¿Y qué te puso los pies en la tierra?
—La vida se encarga. Pero hay que disfrutar y dejar que se te vaya un poco. Yo me contuve mucho y fue un error. También es verdad que cambia más la gente, cómo te aprecia, cómo te mira.… Y, a lo mejor, no has cambiado tanto.
—Almodóvar acaba de estrenar nueva película. ¿Cómo es rodar con él?
—Maravilloso, porque él es maravilloso. Tiene tanta curiosidad: por la música, por la literatura, por el cine… Ve todo, lee todo, escucha todo. Y no es algo muy común. Luego, Pedro me cuidó muchísimo antes, durante y después. Cuando fui a los Oscar, notaba que me cuidaba. Eso es superbonito.
—También has trabajado con actores internacionales como Elijah Wood, Jonathan Rhys-Meyers, Geraldine Chaplin… Aunque nunca llegaste a mudarte a Estados Unidos.
—Irse con una maleta sin que te paguen el billete de avión… Cuesta mucho. También aquí me iban muy bien las cosas. Entonces, irte a pelear… Es verdad que hice muchas pruebas, pero pude haberme ido… Tiene que haber una mezcla de tu intención y estar pico y pala.
—Pero, siendo hija de una inglesa, ya tenías el idioma.
—Al igual que dos millones de actores angloparlantes. Eso es un poco trampa. Además, tampoco parezco latina… Hacía muchos castings y gustaba, pero me decían que no parecía latina.
—¿Te has quedado a las puertas de algún proyecto grande?
—De mogollón. Cuando hacía las pruebas, les decía a mis amigos: ‘No va a salir nada’. Pero, tras cinco pruebas más, decías: ‘¡Quiero hacerlo!’ (echa una carcajada). En Londres, hice pruebas con Ralph Fiennes para El jardinero fiel. También hice otra para una película de James Bond con Daniel Craig… Creo que Quantum of Solace.
—¿En serio?
—Ahí, pensaba: ‘¿Qué pinto aquí?’. Pero, cuando haces cinco pruebas y cuatro de ellas son en Londres, dices: ‘Oye, no desencajo tanto’ (ríe). Por eso digo que la vida también te lleva por donde te lleva. Y es maravilloso.
Una familia internacional
—Eres hija de un gaditano y de una inglesa. Vaya mix.
—Sí. Mi madre es una inglesa de colonias, porque nació en Surrey y se crio en Kenia. Volvió a Inglaterra, y luego pasó otros dos años más en Kenia, pero se fue a estudiar a París.
—¿A qué se dedican tus padres?
—Mi padre murió, pero era economista. Mi madre ha trabajado de profesora y de un montón de cosas. Estamos intentando que escriba su vida porque es maravillosa.
—Padre de Cádiz, madre de Inglaterra y marido de Uruguay, que es el cantante Jorge Drexler. Más internacional no puede ser tu familia.
—Además, mi marido es medio alemán, que su padre es alemán —refugiado judío durante el Holocausto—. Mis hijos son una mezcla imposible.
—Antes hablábamos de Almodóvar y, en el rodaje de Hable con ella, conociste a tu marido.
—No, fue en el de Raquel busca su sitio, que fue uno de los componentes de la canción de la serie. Ahí no pasó nada. Fue mucho después… Llevamos 18 años juntos. ¡Dios mío!
—¿Cómo se mantiene una relación con profesiones tan inestables como las vuestras?
—Es muy raro… Ni idea. Hemos tenido mucha suerte y hemos cuidado mucho el uno al otro. Con los altibajos de la profesión y pasando mucho tiempo fuera de casa, tiene que haber mucha complicidad y mucho compañerismo. Mucho de hablar a las dos de la mañana y estar ahí para el otro.
—¿En qué te ha cambiado la maternidad?
—La maternidad me descansó de mí misma, de las neurosis… El otro día, alguien decía que había estado despierto a las tres de la mañana con el niño, pero yo he estado despierta a esas horas por cosas absurdas. ¡Prefiero estar despierta por un hijo precioso! (ríe).
—¿Te gustaría que alguno de tus dos hijos siguiera tus pasos? Porque conoces los altibajos…
—Eso te iba a decir. Por un lado, da mucho miedo por todo lo malo que hay y lo duro que es… A mí nadie me sentó y me dijo: ‘¡Cuidado, que estarás en paro muchos meses!’. Pero, si es lo que les gusta, intentaré apoyarlos. Que se preparen y sean libres.
—En julio, cumples 50 años. ¿En qué momento de la vida te encuentras?
—Me resulta tan ajeno… Este verano, me reía porque no me acordaba si cumplía 48 o 49. ¡Cómo voy a tener 49! (ríe).
—Pues mira a Demi Moore con 61…
—Es que nuestra generación no tenía referentes así. Cuando era más joven, tenía a las ‘Chicas de Oro’. Por eso, me resulta muy ajena la edad.
—También tienes muy buena piel.
—Sí, tengo muy buena genética. Mi madre tiene 83 y está maravillosa.
—Siendo actriz y trabajando tanto con la imagen, siempre tendrás la tentación de caer en los retoques estéticos…
—Me da mucho miedo tocarme la cara. Me da pavor. Pero te pones millones de vitaminas y le preguntas a una compañera por si ha salido un nuevo INDIBA. Siempre busco lo que no sea invasivo. También hay que buscar buenos médicos. Cuando te sientas en una consulta y te salen con: ‘Te haría esto, esto, esto…’. Es mejor decir ciao.
—Hablemos de moda. ¿Qué es para ti?
—Me encanta la moda. Haciendo pelis de época, te das cuenta de lo importante que es y de todo lo que comunica lo que nos ponemos.
—¿Cómo es tu estilo en tu día a día?
—Muy práctico. Además, en España, somos muy convencionales. Cuando llevo un par de meses viviendo fuera, empiezo a vestirme de otra manera.
—¿Sigues las tendencias?
—Me encantaría decirte que sí, pero, en realidad, no. Lo que me gusta de ahora es que puedes hacer lo que quieras. Antes, los códigos caducaban, ya no. Me fijo en lo que se lleva, pero nunca me pondría algo con lo que estuviese incómoda. No me pongo nada por muy súper de moda que esté.